Un día normal


Salí de mi casa tarde, como suele ser, ya que al vivir tan cerca de la universidad confío demasiado en la pausa del despertador y con la voz entre dormida digo “10 minutos y ya” pero suelen convertirse en media hora, o más. Salí para clase de 7:00 am a esa misma hora, todo era normal mientras iba por la calle.

Al entrar a la universidad a las 7:20 am por mi paso lento debido al sueño que tenía, me encontré con una de las psicólogas que repartía chocolatinas en forma de rosa y un separador con un mensaje referente al día de la mujer, realmente no me dieron ganas de leerlo y lo dejé sobre el puesto de un salón. En la entrada había pancartas en papel periódico con más mensajes que tampoco leí, ya que al intentarlo no pude entender la letra, de todas formas imaginé que tendrían frases clichés a cerca del día de la mujer.

Durante la primer clase recibí mensajes de mi mamá, que no esperaba, al rato recibí la llamada de mi papá que también fue sorpresa, aunque aproveché para decirle que me recargara el celular, ¡claro! por el día de la mujer. Así, mientras iba para la siguiente clase, la gente estaba animada, en especial las mujeres, puesto que se sentían felices por una celebración que supuestamente es para nosotras, pero los que tienen verdaderas ganancias son los comerciantes, aún así se sentían “especiales”.

También había un grupo de teatro en la plazoleta de entrada de la universidad, tenían un tambor y cada rato gritaban ¡Libertad! fue cómico verlos y lamentable, solo cinco personas observaban. Creía que este día era para que los derechos de las mujeres fueran recordados, pero solo vi comercio, siete vendedores de rosas afuera de la universidad, chocolates de todos los tipos y sabores, cartas y tarjetas de felicitación y un intento fallido de bienestar universitario en hacernos “felices”.

Así que para evitar que muchos hombres que nunca me habían saludado o ni siquiera visto antes me siguieran felicitando como si fuéramos cercanos amigos, decidí dejar el sueño que me agobiaba en clases y llegar a dormir toda la tarde hasta acordarme de escribir la crónica de un día normal.

Dislate nocturno

Aun despierto recordando su repugnante aliento, sus asquerosas palabras... gritando por una ayuda que nunca llegó.


Bajo el miedo que inspiraban sus petrificantes ojos, trataba de alejar sus mentiras y manipulaciones, tratando de conservar lo poco que quedaba de mí en su maligna mirada. Porque aún mantengo sus cicatrices en mi odio, mi piel, mi adolorido cuerpo... Y su falso rencor a la humanidad se llevó mi alma al infierno y depuraron el corazón, ese corazón de maldad de la que fue victima mi inocencia.